lunes, 19 de mayo de 2008

violencia escolar y autoestima

Violencia escolar y autoestima
"Cuando volví del recreo, mis cosas estaban tiradas en el suelo, mi estuche había desaparecido... allí estaban Luis, Laura y Mario, que se reían mirándome. Habían sido ellos, pero no sabía qué hacer. No se me ocurría nada. Sólo tenía ganas de irme de alli, y no volver al colegio... " Día a día, padres y educadores observamos con creciente preocupación cómo las aulas se convierten en escenario de situaciones de maltrato o violencia escolar como la que acabamos de describir.
No debemos olvidar que, cuando hablamos de violencia, no sólo nos referimos a la puramente física, sino también a la verbal o a toda aquella acción en la que se produce un ataque a la dignidad de la persona o a su integridad psicológica. Son situaciones, como la que hemos ilustrado, que no suelen trascender pero que pueden tener consecuencias tanto o más negativas que las agresiones físicas. De ahí la importancia de su detección y tratamiento.
Pero, ¿por qué, en un momento determinado de su vida, un chico o una chica adolescente manifiesta repetidos comportamientos violentos? ¿Por qué otro chico o chica se convierte en víctima o "diana" de los mismos? Sería difícil pretender dar una respuesta única a estas cuestiones, pues en verdad se trata de un fenómeno multicausal, que vamos a intentar analizar, poniendo énfasis en aquellos puntos en los que la familia puede incidir, pues entendemos que éste es el interés fundamental de un padre o madre que se preocupa por este tema.
¿Cómo son el agresor y el agredido?
Para llevar a cabo el análisis que pretendemos, partimos de la base de que tanto el chico que agrede como el que se convierte en víctima de las agresiones poseen una baja autoestima, o lo que es lo mismo, una autoestima negativa. El primero lleva a cabo la conducta violenta buscando el fortalecimiento de su identidad, y el segundo, igualmente inseguro de sí mismo, no posee los recursos suficientes para defenderse de las agresiones (no olvidemos que hablamos tanto de maltrato físico como verbal).
Llegados a este punto, podemos decir que el perfil de chico o chica que se convierte en agente de comportamientos violentos es el siguiente: tiene entre 12 y 16 años, forma parte de un grupo de chicos con los mismos comportamientos hostiles y violentos hacia los demás, posee una fuerte conciencia de grupo y una baja autoestima, por lo que necesita llevar a cabo este tipo de conductas para fortalecerse frente al resto de compañeros y ser aceptado en la pandilla. Así, el maltrato podría ser considerado un mecanismo de defensa ante la propia inseguridad. En gran parte de las ocasiones, estos chicos proceden de familias desestructuradas o bien de familias que les prestan poca atención (desde un punto de vista afectivo y emocional).
Por otro lado, las víctimas del maltrato suelen ser chicos o chicas cuyo rendimiento académico es normal o superior al de la media. Algo más tímidos que el resto, poseen pocas habilidades sociales o, lo que es lo mismo, pocos recursos para la relación interpersonal. Ello les lleva a no saber cómo encauzar su problema, lo cual les crea aún más sentimientos de inseguridad, y una autoestima cada vez más frágil, lo que puede acabar destruyendo definitivamente sus recursos psicológicos y sociales.
¿Qué hacer desde la familia?
Desde un enfoque preventivo, es necesario llamar la atención sobre un aspecto: existe un punto de conexión o de coincidencia entre el chico agente del maltrato y la víctima del mismo: ambos poseen una baja autoestima.
En efecto, cuando hablamos de autoestima o valoración de la imagen que tenemos de nosotros mismos, difícilmente somos conscientes de la poderosa arma educativa de que se trata. De ella depende en buena parte nuestro equilibrio emocional, nuestra forma de enfrentarnos a los quehaceres cotidianos y, en definitiva, nuestra manera de relacionarnos con el mundo que nos rodea. Así, educar a nuestros hijos favoreciendo el desarrollo de una autoestima positiva es educar con lo que en psicología moderna se ha llamado "Inteligencia Emocional". Pero... ¿cómo favorecer desde la familia una autoestima positiva?
En general, los niños y niñas que desarrollan una alta autoestima son aquellos que saben que sus éxitos son valorados y que sus errores son aceptados. Y si lo saben no es sólo porque lo intuyan, sino porque sus padres se lo han hecho saber de la forma más evidente: diciéndoselo. En todo caso, se trata de criticar (o reñir) sus conductas, pero no su persona. Por ejemplo, podemos sustituir la tan repetida frase "eres malo" por otra mucho menos determinista "te has portado mal". Ante la primera de ellas, el razonamiento del niño puede ser similar a este "soy malo, luego no me puedo portar bien". Sin embargo, la conclusión ante la segunda frase podría ser "me he portado mal, pero puedo hacerlo mejor". En el mismo sentido, los niños necesitan saber que sus padres les apoyan y confían en sus posibilidades, no centrándose sólo en sus dificultades. Este tipo de mensajes, transmitidos día a día, influye de forma decisiva en el desarrollo de la autoestima.
Sin duda, un chico o una chica que tiene una imagen positiva de sí, se sentirá responsable de sus propios actos y como tal tratará de mejorar. Será, en definitiva, un chico emocionalmente maduro. En cambio, un adolescente con autoestima negativa no se responsabilizará de sus errores, atribuyéndolos a los demás o a la suerte. Permanecerá inseguro, inmaduro, y no llegará a actuar de forma autónoma, por lo que también correrá mayor peligro de ser influenciado negativamente.
Otro resorte fundamental del que disponen los padres para prevenir el maltrato entre escolares es el diálogo: hablar sin prejuicios con nuestros hijos e hijas sobre la vida en el colegio o instituto les dará confianza para contarnos lo que sucede. Igualmente, nos permitirá estar al tanto de cómo se relaciona con sus compañeros, quiénes son sus amigos, cuáles son sus actividades preferidas... y en el caso de adolescentes, cuáles son los valores que defiende, los lugares que frecuenta, los sentimientos que experimenta, etc. En definitiva, la mejor manera de prevenir problemas es estar informados y dialogar abiertamente acerca de cualquier tema y de forma cercana y comprensiva.
Otro recurso que ningún padre o madre debe dejar pasar de cara a la prevención es el mantenimiento de un contacto directo y continuado con el centro educativo en el que se encuentra escolarizado su hijo o hija. Ello le permitirá estar al tanto no sólo de su proceso de aprendizaje sino también de la calidad de sus relaciones interpersonales, así como de posibles dificultades en cualquiera de estos dos ámbitos. No olvidemos que detectar de forma temprana estos problemas es importantísimo para que no vayan a más.
¿Qué hacer cuando sabemos que nuestro hijo es agente o víctima de situaciones de maltrato?
Desde un enfoque paliativo, una vez que conocemos que nuestro hijo es agente o víctima de situaciones de maltrato, las pautas educativas descritas para la prevención siguen siendo las más adecuadas, si bien es verdad que será necesario intensificarlas en cuanto a calidad y frecuencia.
En este caso, debe quedar garantizado el contacto y el acuerdo entre la familia y el centro educativo, con el fin de establecer líneas de acción conjuntas y coordinadas de cara a un mismo fin. Lo importante es que las acciones iniciadas en la escuela tengan continuidad en la familia y viceversa, para evitar que queden inconexas.
Hoy por hoy, la violencia escolar es una realidad en muchos casos. Pero, lejos de tratarse de un fenómeno restringido a las aulas, es un acontecimiento social, que hunde sus raíces en todos y cada uno de los ámbitos de la vida de una persona. Es por ello que los padres no podemos permanecer inertes a la espera de soluciones que procedan única y exclusivamente de la escuela. No olvidemos que somos los educadores de primer orden de nuestros hijos e hijas, y que son ellos los educadores del mañana. La prevención, (mucho más interesante que el tratamiento), debe venir necesariamente por un camino: la educación en valores. Educar en valores es ante todo educar para la tolerancia y el respeto mutuo. Educar, en definitiva, para la igualdad y para las diferencias. Ciertamente, ser padres en el siglo XXI no es tarea fácil, pero resulta inmensamente enriquecedor.

Nuria Moreno Psicopedagoga

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